¿La mayor revolución de la historia?

Quisimos coches voladores, ahora tenemos que conformarnos con 140 caracteres.

Comenzaba Charles Dickes su obra Historia de dos ciudades con este párrafo, que siempre me ha parecido rayano en la perfección:
Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos, la edad de la sabiduría, y también de la locura; la época de las creencias y de la incredulidad; la era de la luz y de las tinieblas; la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación. Todo lo poseíamos, pero no teníamos nada; caminábamos en derechura al cielo y nos extraviábamos por el camino opuesto. En una palabra, aquella época era tan parecida a la actual, que nuestras más notables autoridades insisten en que, tanto en lo que se refiere al bien como al mal, sólo es aceptable la comparación en grado superlativo.
Y es que, efectivamente, solemos pensar que vivimos, por así decirlo, en la mejor peor época de la historia. Frente a los grandes avances en medicina, tenemos el cambio climático; junto a la época del mundo donde hay mayor número de personas gobernados por la democracia y la libertad, arrastramos aún las consecuencias de una crisis económica de la que no tenemos todavía claro el precio final; en paralelo a unos números sin precedentes en lo referente a educación a nivel mundial se sitúan datos extrañísimos en lo referente a lo que denominamos el sector cultural.

Pero los avances tecnológicos actuales no tienen parangón, dirán ustedes. Y aquí es cuando yo voy a cometer seppuku, ya que como ingeniero de telecomunicación, es decir, especialista en las tecnologías que están cambiando el mundo a ojos vista, no me queda más remedio que hacer autocrítica. Como uno es poco amigo de dogmas, y siempre está dispuesto a escuchar a la gente razonable (aunque luego sea para desechar el mensaje), al menos merece la pena analizar estos aspectos. 

¿Por qué digo esto? Porque realmente, si bien el impacto de las tecnologías de la información actuales en la sociedad es realmente palpable en nuestro día a día, algunos análisis revelan que éste no está consiguiendo un aumento apreciable de la productividad. El enfoque general de esta escuela de pensamiento viene a decir que todos los avances que permiten recibir la información en segundos desde el otro lado del mundo son importantes, contribuyen al bienestar de todos, y de manera transversal, a conseguir otros grandes avances sociales, técnicos o médicos, pero realmente están siendo menos decisivos de lo que parece.
Innovation Files
Robert Gordon, economista de la Universidad de Northwestern publicó en 2016 un largo ensayo, The rise and fall of american growth (Auge y caída del crecimiento estadounidense), en el cual postula tres cosas:
  1. La revolución digital está sobrevalorada. 
  2. La verdadera revolución tecnológica se dio entre finales del siglo XIX y principios del XX, con la electricidad, el teléfono y el coche. 
  3. El crecimiento económico no volverá a los niveles estelares que hicieron posible aquellas innovaciones.
Conforme a su postura, para empezar, el propio crecimiento económico es una invención moderna. No existió hasta 1770; y durante un siglo, este crecimiento existió, pero realmente la época donde este alcanzó un ritmo vertiginoso fue entre 1870 y 1970: la electricidad, el teléfono, el motor de combustión, el cine y la grabación del sonido, los alimentos enlatados, los antibióticos, los ascensores, el refrigerador, la lavadora... tecnologías que cambiaron nuestra sociedad totalmente.

No hace falta ser premio Nobel de Economía para entender que se es mucho más productivo con mejor salud, bien alimentado y con una bombilla para poder trabajar tras la puesta del sol. Se gana más, y por tanto, se consume más. Evidentemente, las guerras mundiales supusieron un bache importante en el camino, pero en esos 100 años la productividad y la economía crecieron a un ritmo sin precedentes. 

Afianzadas esas tecnologías, llegaba el turno de los ordenadores como siguiente gran revolución, y, según este análisis, han sido incapaces de aguantar el tirón. O en palabras del premio Nobel en Economía Robert Solow: «La era de los ordenadores se ve en todas partes excepto en las estadísticas de productividad»

Tal vez es más ruidoso de los ciberescépticos es el periodista, ensayista, bloguero e investigador bielorruso Evgeny Morozov, que, en 2011, mientras se discutía el papel de las redes sociales en la Primavera Árabe y se proponía el Premio Nobel de la Paz para Internet, publicaba El desengaño de Internet, donde señala que Internet y las redes sociales son usadas tanto por los regímenes autoritarios como por los rebeldes en su contra. Los títulos de otros de sus libros, Internet no salvará el mundo y Contra Steve Jobs y los señores del silicio, dejan bien a las claras su postura.
The Telegraph
Sin embargo, asumiendo que el enfoque general acerca de que la época de tecnificación en la que estamos inmersos tal vez no sea tan decisiva como pensamos ahora mismo, es preciso también poner sobre la mesa una serie de incógnitas sobre las certezas expuestas por los más escépticos. 

Para empezar, ni siquiera sabemos cual es el alcance potencial de la tecnología informática y las telecomunicaciones; evidentemente, llamar "nuevas tecnologías" a algunas que llevan ya décadas entre nosotros es poco acertado, pero pensar que estas están ya próximas a su techo parece bastante arriesgado también. Desde la guerra de las corrientes de Edison y Tesla hasta que el mundo se benefició realmente de la electricidad pasaron varias décadas. El impacto que pueda tener sobre el mundo la implantación de una inteligencia artificial real es, simplemente, inimaginable.

En segundo lugar, el mundo al que nos enfrentamos es mucho más complejo socialmente que el que vio nacer aquellos avances. Vivimos en una sociedad mucho más globalizada, con grandes retos como la inmigración o el cambio climático, y aún no hemos asimilado cual será el escenario en el que estas tecnologías pueden producir el máximo beneficio. 

Volviendo al principal ejemplo, la electricidad, su implantación aportaba grandes ventajas a todo el mundo, y no era preciso educarse en su uso para beneficiarse; sin embargo, las tecnologías de las comunicaciones actuales implican la necesidad de un aprendizaje básico por parte de muchos de sus usuarios, especialmente en términos laborales. 

Y es que asociada a toda revolución tecnológica, hay una destrucción de puestos de trabajo: la imprenta acabó con los amanuenses, y los automóviles con los coches de caballos. Sin embargo, actualmente afrontamos un futuro donde la destrucción de puestos de trabajo obsoletos no tiene una contrapartida clara con la generación de otros. 

Por otra parte, y entroncando con los puntos anteriores, las TIC tienen la propiedad de ser transversales a todos los ámbitos; si el motor económico de la próxima generación se basara en hallazgos relacionados con fuentes de energía renovables, para poder explotarlas debidamente en un corto plazo de tiempo las tecnologías de la información serían cruciales para ello. 
Audiotech
A ello hay que sumar la crisis económica que nos ha acompañado en los últimos años, y de la que aún pagamos las consecuencias, ha tenido su origen en los mercados financieros y afectado a todos los sectores; tal vez no haya tecnología capaz de contrarrestar, en el corto plazo, semejante golpe.

Del mismo modo que un tendido de cables de alta tensión resulta visualmente impactante y da a dicha infraestructura una notoriedad evidente, las antenas de telefonía o la fibra óptica buscan hacerse lo más discretas que sea posible. La aportación a nuevas investigaciones y al conjunto de sectores resulta, en el fondo, tan necesaria como intangible en muchas ocasiones. Las mal llamadas "nuevas tecnologías" no son, por tanto, un fin en si mismas, son un medio, una herramienta para el conjunto de actores económicos y sociales.

Finalmente, es precisamente la principal virtud de las tecnologías actuales la que puede estar convirtiéndose en su gran enemigo: la velocidad de generación y circulación de la información y las ideas hace que sea casi imposible procesarla y asimilarla. Además del vértigo y sensación de falta de seguridad que produce, esta sensación de cambio constante hace que no tengamos nada claras aún cuales son las nuevas reglas del juego en términos éticos, sociales e intelectuales. 

Más allá de la frase de Neil Postman, sociólogo fallecido hace varios años, conforme a la cual «La información se está convirtiendo en basura», es preciso asumir que la información está cada vez más contaminada con ruido. No hay precedentes históricos en lo referente al volumen de información accesible por cualquier individuo, aunque resulta cada vez más complejo encontrar aquella realmente útil en un mar de datos irrelevantes.

Tal vez el problema no es que esta capacidad de manejo de información no contribuya de manera clara, hoy por hoy, al crecimiento económico, sino que no tengamos claro aún como puede hacerlo, de la misma manera que no sabemos como puede ayudarnos a resolver otros muchos de los retos de la humanidad.

¿Cuándo y como lo sabremos? En palabras del último premio Nobel de literatura, la respuesta está en el viento. Pero desde luego, sin la guía de las humanidades es posible que no lleguemos a ninguna respuesta que nos guste. Todo este análisis acaba llevando a un lugar que no por común deja de ser menos cierto: la tecnología es neutral, y es el ser humano quien decide qué uso darle.
Evangelidigitalización

Fuentes: Nicola Nosengo - La gran estafa de la revolución tecnológica

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